Había una vez un zorro viejo con nueve colas que creía que su mujer no le era fiel, y quiso probarla. Se estiródebajo del banco, no movió ningún miembro e hizo como si estuviera muerto y bien muerto. La señora zorra sefue a su habitación, se encerró, y su muchacha, la doncella gata, se sentó junto al fogón a cocinar.Cuando se hizo público que el viejo zorro había muerto, los pretendientes solicitaban ser recibidos. La muchachaoyó, entonces, que había alguien ante la puerta de la casa que llamaba; se dirigió allí y abrió la puerta. Era un joven zorro que dijo:—¿Qué hace usted, gata doncella?¿Duerme o vela?Ella contestó:—Yo no duermo, estoy velando. ¿Sabe lo que hago? Caliento cerveza, echo mantequilla,¿quiere sentarse un momento?Se lo agradezco, doncella —dijo el zorro—. ¿Y qué hace la señora zorra?La muchacha contestó:Está sentada en su sala,llorando con mucho duelo,llorando por sus ojitosporque el viejo zorro ha muerto.Decidle, entonces, doncella, que aquí hay un joven zorro que g
Vivía en otros tiempos una hechicera que tenía tres hijos, los cuales se amaban como buenos hermanos; pero la vieja no se fiaba de ellos, temiendo que quisieran arrebatarle su poder. Por eso transformó al mayor en águila, que anidó en la cima de una rocosa montaña, y sólo alguna que otra vez se le veía describiendo amplios círculos en la inmensidad del cielo. Al segundo lo convirtió en ballena, condenándolo a vivir en el seno del mar, y sólo de vez en cuando asomaba a la superficie, proyectando a gran altura un poderoso chorro de agua. Uno y otro recobraban su figura humana por espacio de dos horas cada día. El tercer hijo, temiendo verse también convertido en alimaña, oso o lobo, por ejemplo, huyó secretamente. Habíase enterado de que en el castillo del Sol de Oro residía una princesa encantada que aguardaba la hora de su liberación; pero quien intentase la empresa exponía su vida, y ya veintitrés jóvenes habían sucumbido tristemente. Sólo otro podía probar suerte, y nadie más